Antes de subir al avión que nos traería de regreso a casa, estábamos todos bien de salud. El vuelo salió temprano de Los Ángeles, cruelmente temprano para mis estándares. ¿Por qué elegimos ese vuelo, cuyo horario de salida no parecía el más cómodo? Porque de los siete vuelos diarios que hay entre Los Ángeles y Miami, el que sale a las nueve de la mañana es el avión más confortable, un triple siete. Mis chicas, quiero decir mi esposa y nuestra hija, habían dormido unas horas en el hotel. Yo no había dormido nada. Apenas despegó el avión, tomé unas pastillas y dormí profundamente las cinco horas del vuelo. Mi esposa no durmió, vio películas. Nuestra hija desayunó y durmió un par de horas. Cuando llegamos a Miami, estábamos todos contentos, pero ya enfermos, solo que aún no lo sabíamos.

Vinimos a saberlo al día siguiente. Despertamos los tres con un incendio lacerante en la garganta, una creciente congestión nasal, una tos cavernosa que no cedía y tendía a empeorar. El avión moderno triple siete nos había inoculado sigilosamente un bicho invisible y pernicioso. Nuestra hija debía volver al colegio al día siguiente, tras diez semanas largas de vacaciones de verano, de las cuales pasó apenas dos en Miami, las otras ocho las repartió entre Lima y Los Ángeles, ciudades que ama porque ya tiene amigas que la esperan. Yo tenía programa al día siguiente, y mi programa dura una hora y media, y a menudo lo hago solo, con los videos de las noticias, sin invitados, lo que me obliga a hablar bastante.

Cada uno eligió cómo curarse: mi esposa bebió pociones breves de jengibre con jugo de limón, traídas convenientemente a casa; nuestra hija tomó jarabes para la tos con un gusto dulzón que le dieron sueño; y yo fui a la farmacia y me apliqué la dosis más potente de antibióticos, pero en lugar de tomar solo uno, decidí tragar dos de golpe, así atacaba con un ejército más poderoso a las tropas invasoras que se habían amotinado en mi garganta. El lunes la niña estaba mejor y pudo ir al colegio, mi esposa también se encontraba mejor y pudo salir a correr (y ella corre a toda prisa, como una atleta, y regresa extenuada, bañada en sudor), y yo estaba peor, mucho peor, porque la doble dosis de antibióticos resultó contraproducente, o insuficiente, y los bichos intrusos ganaron terreno, dificultando mi respiración y provocándome una tos espantosa.

Así y todo, sintiendo que tenía en la boca un estanque hediondo de sapos, culebras, alimañas y lagartijas, tuve que ir el lunes a la televisión y oficié la misa laica, atea, libertina, en que consiste mi programa, ante una grey incierta, una feligresía de gente peripatética, dispersa en todo el mundo. Mi gran temor era que, hablando en el tono vitriólico e inflamado que suelo emplear en aquella tribuna pagana, una viborilla o una alimaña viva saliera despedida de mi boquita de caramelo y quedase adherida como una goma verde en la cara de mi interlocutor. Debido a eso, procuré aplacar las llamas de mi garganta, bebiendo un café tras otro, moderando los decibeles de mi sermón.

No, no me habían arrestado. No, no estaba la lista de prófugos más buscados de la policía. No, no iban a extraditarme a Caracas. No, no era un delito decir en mi programa que estaba a favor de la destrucción de la dictadura venezolana, aun si para ello resultaba necesario o ineludible eliminar físicamente a sus más conspicuos matones y asesinos. No, no me habían despedido del canal, ni me habían censurado, ni me habían reconvenido a que moderase el tono de mis críticas atrabiliarias a aquella dictadura. Dicho todo eso, la enfermedad me tenía tan rebajado y disminuido, que no pocas personas pensaron que me habían envenenado.

No es infrecuente que vengan decenas de personas al estudio cada noche, a presenciar en vivo mi sermón iracundo, pendenciero. No es atípico que muchas de ellas sean de origen venezolano. No es insólito que algunas me regalen cosas o me pidan favores. Lo que más me regalan, quizás porque advierten con perspicacia que soy un gordito sin culpa, son chocolates, o tortas, o flanes caseros, y yo me llevo todos esos dulces a casa y luego, ya de madrugada, la tripa pidiéndome que le arroje algo, me pregunto: ¿me como alegremente todos estos regalos, o mejor los tiro a la basura, porque uno pudiera estar envenenado? Como soy un loco suicida, generalmente me los como todos. Si algún día muero envenenado, será por imprudente, claro, pero sobre todo por glotón.

También me pidieron aquella noche, tan pronto como acabó el programa, lo que me reclaman a menudo en los tonos más afectuosos, de modos tan amables y querendones que no puede uno negarse: que hablase por teléfono con la mamá que está en Orlando, o con la tía que está en Houston, o con la hermana en New Jersey, o que grabase un mensaje para una promoción de estudiantes de periodismo, o que concediese una entrevista allí mismo, en el estudio cuyas luces acababan de apagar, a alguien que trabajaba en un periódico clandestino, una revista digital, un diario escolar. ¿Cómo podría uno negarse, si todas esas personas vienen de tan lejos y son parte de la cofradía errante y apátrida que he fundado?

Pero el lunes casi a medianoche ya no me quedaban palabras ni sonrisas ni aliento tan siquiera, y la tos me tenía maltrecho y estragado, y sin embargo el público me pedía una foto más, un saludito más, una entrevista al paso, tres preguntas nada más, Jaimito. Lo más arduo puede que sea entonces no hacer el programa en vivo, sino continuar haciéndolo amablemente, ya fuera de cámaras. Porque la gente pide las cosas más insólitas: un préstamo, una donación, un pago de coronas al dentista, un viaje de reunión familiar, un editor que le publique un libro inédito, un trabajo en el canal, una visa de trabajo, un dinero para financiar el próximo atentado contra el tirano. Y uno no tiene tiempo ni recursos para complacer tantos pedidos, tantas solicitudes desesperadas. No tengo tanta plata ni amigos tan poderosos, no puedo conseguirles trabajo a todos los menesterosos de esta tierra, no puedo financiar atentados porque me temo que sería ilegal y podría ir preso, el único atentado que puedo cometer es, de noche, a hurtadillas de mi esposa, contra mí mismo, comiéndome los flanes caseros que me traen de regalo unos venezolanos que bien podrían ser admiradores, cófrades o contertulios, como podrían ser espías, sicarios o enemigos, vaya uno a saber.

El lunes, y el martes, y el miércoles, respirando a duras penas, reprimiendo la tos, acallándola o disimulándola con cafés ardientes, arrastrando mis certezas con unos bríos que sentía diezmados y en franca decadencia, sintiéndome viejo y enfermo y corto de aire y fatigado de enfrentar quijotescamente a tantos malos profesionales en apariencia indoblegables, me pregunté si todo aquello valía realmente la pena. ¿Aprecian los dueños del canal el esfuerzo a menudo hercúleo que hago, los riesgos no menores que decido correr, para ganarles ciertas noches a las ficciones de Univisión? ¿Agradecen los gerentes que me juegue la vida en el programa, que consiga enhebrar o hilvanar o urdir, como una costurera paciente, el tejido de una hora y media cada noche, en el cual estampo mis opiniones, mis ucases, mis amenazas, mis profecías? ¿Me felicitan por los buenos, buenísimos ratings, los mejores del canal? ¿Me suben el sueldo, cuelgan un afiche con mi rostro en la fachada del canal, me regalan una corbata o un perfume? ¿Se preocupan por mi salud, habida cuenta de las amenazas de muerte que recibo? No, no y no. Tres veces no. Nunca un saludo, una felicitación, unas palabras de gratitud. Cuando me escriben, es para pedir algo, quejarse de algo, decir que algo no les gustó.

Así las cosas, es inevitable que, enfermo y tosiendo, exhausto y expectorando, me pregunte si no habrá llegado la hora de retirarme de la televisión, o de esta forma tremenda de hacer televisión, para dedicarme tan solo a escribir, como he soñado desde muy joven. No es que me vaya mal en la televisión, no: me va bien, demasiado bien, tan bien que me está matando. ¿Sería un hombre más contento, si solo escribiera mis ficciones desmesuradas y no tuviera que ir todas las noches a predicar cosas sulfurosas en la televisión? ¿Extrañaría la tribuna del charlatán, el púlpito del hablantín, la sensación de poder que todo aquello procura, aunque solo sea brevemente? ¿Me sentiría jubilado, desahuciado, irrelevante?

Porque, a ser francos, los libros, que se publican cada dos o tres años, dejan unos réditos monetarios muy inferiores a la televisión, unas ganancias que además tienden a recortarse con los años, y los lee poca gente, poquísima gente, diría sin exagerar que cada vez menos gente, porque mis novelas antes competían con otras novelas en lengua española, pero ahora compiten con las ficciones de Netflix, y desde luego parece imposible ganarles.

Hace pocas semanas publiqué una novelita en clave de humor, titulada “Pecho Frío”. Salió solo en el Perú, antes salía en España y América a la vez. Me dijeron que saldría luego en otros países, eso está por verse. Le dejé la novela a mi madre. No la leyó, no me dijo nada. Dejé copias firmadas para todos mis hermanos, y son siete. Nadie de momento reporta haberla leído. Quise enviarla de regalo a mis hijas en Nueva York. Su respuesta fue el silencio, prefieren no recibirla. Mi esposa empezó a leerla y la dejó en la página treinta, y ella me ama, a no dudarlo me ama, pero la novela no la atrapó, mal que me pese. Sus padres, tan amorosos, no sé si terminaron de leerla. Entonces, si mi propia familia, la gente que más me quiere, prefiere no leer mis libros, ¿sería prudente dejar la televisión, que llega a muchas más personas, para confinarme al gueto acotado, ensimismado, de la literatura?

Lo que me lleva a una conclusión melancólica: el éxito, a estas alturas de mi vida, no consiste en ser más rico, o más famoso, o más querido, o más poderoso. El éxito consiste, pura y simplemente, en no ir a la cárcel, en no ser arrestado, en no enfrentar cargos criminales. Puede que el éxito radique no tanto en hacer ratings abultados, ni en vender millares de libros, ni en amasar una vasta fortuna, sino en ser libre, sentirte libre, inmoderadamente libre, y en usar esa libertad, tu libertad, como mejor te dé la gana.

Yo me siento libre cuando salgo a caminar por mi barrio a paso lento; me siento libre cuando duermo hasta mediodía, sin que nadie me despierte bruscamente; me siento libre cuando viajo a alguna ciudad donde nadie me conozca; me siento libre cuando digo en televisión lo que me sale del forro; me siento libre cuando me atrevo a publicar un libro que mi madre preferiría censurar.

Por eso, de momento, y solo de momento, elijo seguir escribiendo novelas y haciendo televisión. Pero, al mismo tiempo, presiento, y es solo una corazonada, que mis horas en la televisión están contadas, y cuando me permita el placer de dejarla por fin, después de tantos años fatigándola, será una fiesta de la libertad, un festín privado de la libertad.

23 pensamientos acerca de “Un loco suicida

  1. Gennaro Flowers

    Ya lei pecho frio, lo hoce en 3 días, creo q tu familia no le agradaría ver las chapas que les pusiste pero de todos modos me gustó la novela….
    En el modo como acaba se merece una segunda parte pecho frío enfrentando la justicia con el juez hermanito #Hinostroza

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  2. Eliana Nova

    Eres unico en genialidad y con una verborrea encantadora. Tiene Ud. esa manera tan particular de montarse el mundo de mochila, que muy pocos podriamos hacer.
    Lo cierto, es que quienes le seguimos de cerca, pero a la vez tan lejos,disfrutamos de sus lecturas y programas, que nos hacen hablar de Jaime como un amigo que nos hace recapitular muchas veces en nuestras ideas y reflexionar sobre nuestros pensamientos .
    Como diria el gran escritor venezoano Arturo Uslar Pietri ;mi querido amigo invisible , te espero cada dia del otro lado de la pantalla.
    Saludos

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  3. Fernando

    Jaime, ese lenguaje suyo, tan rico en el uso del castellano, es muy raro escuchar en programas latinoamericanos. Usted brilla como ninguno, al expresarse tan bien en nuestro idioma. Me siento orgulloso de alguien como usted. Siga escribiendo y siga hablando en televisión y gracias por deleitarnos.

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  4. yaneth

    Apreciado Jaime
    Latinoamerica necesita periodistas como tu, valientes que admiran y respetan la democracia,la verdadera.Y la libertad no tiene limites, y es un verdadero regalo, que quien la pierde realmente la aprecia. Los países que lo han perdido lo saben. Esa tribuna que tienes Jaime, hace visible lo invisible, hace tener voz a los que no pueden tener a los medios. Continua Jaime, en la TV o como youtuber, talvez necesitas nuevos desafios de acuerdo a la tecnologia que vivimos.

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  5. Rebeca

    Todavía es joven Jaime, no piense en retirarse de la TV., sus comentarios frontales contra el dictador Maburro, aún hacen falta, por lo menos hasta que caiga el régimen narcochavista. Y no reniegue de su vida actual, de su trabajo. Piense que muchas personas NO tenemos trabajo. Lo que daríamos por tener un trabajo bien remunerado que nos permita vivir con comodidad, comer bien y viajar seguido. Siga trabajando en la TV. y escribiendo sus amenas y divertidas columnas. Por otro lado, no se deje tentar por los politiqueros y lanzarse como Presidente de Perú. Siga trabajando honradamente. Sabe muy bien que si llega al Poder, tendrá que pagar a quienes apoyaron económicamente a su campaña y eso es corrupción. Mejor viaje, solo o con su familia, pero viaje por todo el mundo y realice unas crónicas sobre los viajes. También, grabe audio libros de sus columnas, por ejemplo, pero que sean gratuitos. Bendiciones y buena suerte.

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  6. Pepe

    Angie, dirás que eres una gran admiradora. Jaimín, si decides retirarte de la T.V. sería genial que lo hagas en Perú. Pero nunca, jamás dejes de escribir.

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  7. Angie

    Eres mi gran admirador desde años cuando estabas en Perú, no te retires de la TV. eres genial, cada columna son una admitación por lo que escribes , siempre diré serás siempre el mejor en la TV.
    se te extraña en Perú.

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  8. Andrés Flórez

    me gustan sus columnas, su forma de escribir, su humor negro o satírico en algunos momentos, pero de verdad latinoamericana y el mundo están lo suficientemente atribulados como para limitarnos a leer la vida de un hombre que se autodenomina gordo. Los relatos de su vida causan gracias y no es del todo molesto leerlos, no obstante querido Jaime, es hora de abordar otros temas que no venden, que no cautivan, pero que son al igual que su programa, necesarios

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  9. Ernesto

    Sos un crack Jaimito, si dejas la TV a quien mierda escucho y veo por youtube cuando me acuesto por las noches a reposar. Abzo desde Rosario Argentina lo aprecia un hincha de Newells old Boys.

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  10. Albert

    Yo llevo 3 años de jubilado.
    No hago nada de nada.
    Me levanto a las 11, como cuando tengo hambre, me acuesto cuando tengo sueño.
    Tenía un trabajo de oficina muy activo e interesante, y pensaba que con la jubilación me iba a encontrar mal, con mucho tiempo libre, aburrido, desesperado.
    Y ahora resulta que he encontrado mi verdadera vocación. La pura vagancia.
    Amigo Jaime, deja de trabajar y dedícate a rascarte las pelotas. Ya tienes suficiente dinerito y cuando muera tu vieja tendrás más.
    Trabajar es un castigo de los dioses. Si trabajar fuese bueno, no pagarían un sueldo.
    ¡Viva la vida descansada!
    ¡Que trabajen los chinos, que son muchos y son muy tontos!

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  11. Vanessa

    A tu presentacion en la feria del libro para tu novela «Pecho frio» no pude ir y estuve triste por ello, cuando vuelvas a presentar tu sgte libro juro debo ir porque tengo que tener una foto y tu autografo Bayly, tengo 22 años y soy tu seguidora desde los 13 años viendo el francotirador cuando canal 2 era todavia frecuencia latina!

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  12. Enrique Magana

    Jaime, tu eres un Grande De Nuestro tiempo! Para mi tu eres una inspiracion, un modelo a seguir, aun tienes mucho que dar en television, y muchos exitos que vendran con la literatura, Tú eres el mejor. Animos siempre adelante. Eres indispensable para la causa De la Libertad en toda America Latina. Te mando un fuerte abrazo. Tengo 23 años y veo tus programas y me encantan tus libros, un Saludo desde Houston Tx. Enrique Magana

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  13. Luisa

    Es lo mejor que pudieras hacer Jaime. Si bien la televisión te ha dado ganancias exhorbitantes de dinero, solo te ha traído problemas y ahora en Mimami, solo despotricas veneno en contra del dictador venezolano, que al final de cuentan no ayuda en nada a la libertad de Venezuela. Tú eres un escritor, vendes o no venda, esa es tu tarea en el mundo. Uno no escribe por vender, sino por expectorar, y en consecuencia creas arte. Las ganancias, vienen solas, o no. Claro que es difícil vivir solo de escribir si no tienen quien te mantenga, o si no tienes una famlia rica que financie tu aventura literaria. Es difícil el balance, pues tu eres escritor, pero no vives de ello, te mantienes económicamente con la TV, que al final es un veneno, que paradójica es la vida, en estos del ejercicio del oficio que amaas, en contraposición con lo que tienes que hacer para mantenerte. Benditos sean los que viven de lo que aman. Y solo viven y no les importa las comodidades…

    Por ahí leí o escuché que quieres escribir un libró sobre por qué Vargas Llosa le tiró una trompada a García Márquez. Yo sé porqué, y con fuentes documentadas. Si te interesa, escríbeme: luisa.donayre.g@gmail.com

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  14. kaliz AREVI

    veras que la dejaras en un tiempo lejano, aún hay mucho por persuadir Jaime, así que nada de melancolías que tu libertad también te dice que necesitas seguir transmitiendo tus opiniones, a tu ejercito de seguidores en todo el mundo =)

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comentarios

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