Tenía quince años recién cumplidos. Cursaba el cuarto año de secundaria en un colegio religioso. Vivía en casa de mis abuelos maternos. Mi abuelo, un rico hacendado, había sido despojado de sus tierras por un dictador militar. Mi abuela, una señora de alta sociedad, tenía predilección por los juegos de naipes.

Después del colegio, me cambiaba el odioso uniforme, tomaba un colectivo y me dirigía al periódico, en el centro de la ciudad. Trabajaba en la página internacional, a las órdenes de un ex combatiente con las tropas aliadas en la segunda gran guerra europea. Me quedaba allí hasta la medianoche. La redacción era un manicomio o un meretricio. Me sentía en casa.

Una noche me encontraba durmiendo en casa de los abuelos cuando sonó el timbre. Eran tres amigos del periódico, en un auto deportivo. Abrí en ropa de dormir y los miré, perplejo, sin saber qué decir.

-Cámbiate, Baylito –me dijeron-. Nos vamos de juerga.

Procurando no despertar a los abuelos, me cambié deprisa y subí al auto de mis amigos.

-Hoy vas a debutar –me dijo uno de ellos.

Media hora más tarde, estábamos en un burdel en las afueras de la ciudad. El portero y el barman saludaron con familiaridad a mis amigos. No era la primera vez que visitaban esa casa de citas. Algunos clientes desastrados apuraban un trago en la barra. Una tenue luz rojiza difuminaba los rostros o los hacía espectrales. Sonaba una música lánguida, decadente, con sabor a despecho. Un puñado de mujeres en ropas apretadas, sugestivas, esperaban con aire resignado, como si tuvieran turno con el dentista. Era un lugar triste, tristísimo. Nunca había estado en un lugar tan triste, donde todos, las mujeres en alquiler, los clientes desvaídos, los bailarines borrachosos, afantasmados, parecían regresar de una guerra, un naufragio o un funeral.

Entendí, ya tarde, que mis amigos se habían obstinado en que, a mis quince años, era hora de que copulara con una mujer. Yo era casto, o virgen, o estaba invicto, cero kilómetros, como se decía en el habla coloquial de mi ciudad. Y ellos, mis amigos, tan pícaros, querían estrenarme, inaugurarme.

-Ya te toca, Baylito.

-Hoy remojas el lapicero, Baylito.

-Dale hasta por la oreja, Baylito.

Me decían así, Baylito. Me tenían aprecio. Eran mayores que yo. Me veían como a un hijo o un hermano menor. Les parecía extraño que el mundo de los libros y las palabras me atrajera más que el de las fiestas, los tragos y las mujeres. Era un adolescente resabido. Querían espabilarme. Un buen polvo, pensaban, me convertiría en el escritor que ya entonces quería ser. ¿Cómo podía llegar a ser un escritor, si provenía de una familia hondamente religiosa y desconocía el mundo del deseo y el erotismo? Mis amigos pensaban que estaban educándome, haciéndome un favor.

Por eso uno de ellos eligió a la mujer y pagó de antemano por mí. Bebí mi cerveza en un santiamén. Me desearon suerte. Palmotearon mi espalda. Procuré que no se diesen cuenta de que estaba aterrado. La mujer, de mediana edad, algo pasada de kilos, me condujo a una habitación minúscula, maloliente. Un bombillo colgado del techo irradiaba una absurda luz rojiza que nos hacía parecer marcianos. Me desnudó y lavó mis partes privadas como si fueran calcetines, con agua fría y jabón barato. Me dijo que me tendiera en la cama. Yo temblaba de frío o miedo escénico. Ella me procuró unos servicios orales que no fueron capaces de despertar mi miembro en reposo. Trató y trató, redobló esfuerzos, hasta que, en vista de mi apatía, se rindió y me pidió que nos vistiéramos.

-No se lo digas a nadie –le rogué.

Me guardó el secreto. En la barra, secando un trago tras otro para aplacar la vergüenza que ardía en mis entrañas, alardeé ante mis amigos de que había terminado no una, sino dos veces. Borrachos, ellos también se vanagloriaban de sus hazañas sexuales.

Mi cuerpo se negó a tener sexo con aquella mujer porque no había nada en ella que me resultase atractivo. Racionalmente, quise poseerla. Visceralmente, no pude.

Quedé muy afectado por ese fracaso en la primera tentativa de afirmar mi hombría. Lo cuestioné todo. Me pregunté si de veras me gustaban las mujeres. Puse en entredicho mi virilidad. Hasta entonces solo me había tocado pensando en mujeres, o mirando fotos de mujeres, pero, si no había sido capaz de tener una erección con la prostituta, ¿no sería que tal vez no me gustaban tanto las mujeres, o me gustaban también los hombres?

Semanas después, aun traumatizado, peleando con los demonios y fantasmas que porfiaban por recorrer los pasillos polvorientos de mi mente, acudí a una casa de masajes eróticos, en un barrio acomodado, cuyos servicios se anunciaban en el periódico. Aquella tarde no fui al periódico, me disculpé, dije que estaba enfermo. Y estaba enfermo, sí, pero de la cabeza. Tenía que demostrarme a mí mismo que era capaz follar con una mujer, aun si ella me parecía horrible, repugnante. Me exigía tamaña prueba de hombría: tener una erección con una mujer pagada por mí, sin importar que fuese gorda, o fea, o maloliente, o tonta. Si era un hombre de verdad, tenía que ser capaz de tirarme a cualquier mujer, o eso pensaba cuando entré en la casa de masajes, pagué y me asignaron a una chica con aire sumiso, pobretón. La chica, que vestía un uniforme blanco, como de enfermera, me dijo su nombre y me pidió que me echase en la camilla, solo con ropa interior. No me quité los calzoncillos. Ella me dio un servicio de masajes que duró media hora. Mi cuerpo, tenso, a la defensiva, no produjo la menor reacción de placer.

-¿Quieres que te la chupe? –me preguntó ella, que parecía exhausta, aburrida, desdichada, otra mujer devorada por la tristeza.

-No, gracias –me acobardé.

Tenía pánico de que mi miembro no se pusiera duro. Tenía pavor de fracasar ante ella.

-¿Quieres que te la corra?

-No, mejor no.

Me vestí, salimos sin mirarnos, le di una propina, me retiré apesadumbrado. Había fracasado por segunda vez. Una vez más, las caricias de una mujer estimulada monetariamente resultaban inútiles para darme placer. Por lo visto, no era un hombre cabal. No se me ponía dura cuando yo quería. Trataba y trataba, pero mi mente era incapaz de prevalecer sobre mi cuerpo. Ganaba el cuerpo, triunfaban los sentidos, era un bochorno terrible.

Meses más tarde, sin recuperarme de aquellos fracasos, los amigos del periódico me llevaron a unos baños turcos en una calle elegante de la ciudad. Después de darme baños de vapor, decidí tomar unos masajes. No sabía quién me los daría. Pasé al habitáculo en una conveniente penumbra, con una música sosegada, relajante. De pronto se apareció una mujer alta, rubia, de pechos ubérrimos y sonrisa dulce. Nos dimos la mano. Hablaba el español con acento. Mientras me daba masajes, yo cubierto por una toalla, le hice preguntas, me contó su vida. Era ucraniana, había sido azafata, se había enamorado de un argentino, había vivido en Buenos Aires, ahora estaba en Lima, escapando de la crisis argentina, una crisis que ella y yo no sabíamos que sería infinita. Yo miraba su rostro bello, risueño, afable, y sus pechos prominentes, gloriosos, y sentía sus manos recorrer mi cuerpo, y me sentía cómodo y a gusto con ella. De pronto sus manos subieron por mis muslos, rozaron mis genitales y, sin desearlo, sin maliciarlo, tuve una erección indisimulable. Seguimos conversando, ella me sonreía con ternura o complicidad, hasta que, al ver que mi erección no cedía, se acercó a mis oídos y me susurró:

-Cierra tus ojitos. Te voy a regalar un final feliz.

Luego sus manos se deslizaron debajo de la toalla. Obedecí sus instrucciones, no abrí los ojos, fingí que nada estaba ocurriendo. Ella me tocó con maestría. No tardé en derramar todo mi amor en sus diestras manos ucranianas.

Por fin, a la tercera tentativa, esta vez sin planearlo, había sido capaz de terminar con una mujer, aunque solo fuera en sus manos.

Al bajar de la camilla, me sentí el hombre más feliz. Le di un beso en la mejilla. Le prometí que volvería. Honré mi promesa. Fue mi primera novia clandestina, mi primer amor secreto.

25 pensamientos acerca de “La primera vez

  1. Edward

    Corría algunos años en la universidad pública, de esas en donde encuentras a gente de todo tipo, gente con la cual nunca pensaste cruzarte, desde drogadictos empedernidos, hasta religiosos abnegados, personas eruditas o paupérrimos y carentes de sapiencia. Siempre fui una persona retraída y poco afable, con las personas desconocidas, no me gustaba relacionarme ni hacer nuevos amigos, según yo ya tenía bastante de esos.
    Conocí a una chica, la cual por arte de magia y sin saber cómo, hice mi enamorada, era de carente estatura, tenía un cuerpo robusto y cachetes prominentes, sin embargo tenia lindo rostro y perfectas facciones, me gustaba mucho y yo no soy precisamente un adonis, por lo cual ella era más de lo que un hombre como yo podría merecer en esta vida. En los meses anteriores a iniciar nuestro idilio, fuimos amigos, me comento sus fracasos y problemas, sentía una conexión, teníamos nuestro affaire, lo cual me llevo a decidir por primera vez decirle a alguien de manera oficial que sea mi enamorada.
    A la semana de nuestro contrato de confianza sin firmas ni huellas dactilares, me mencionó que quería tener una noche juntos, explícitamente me dijo “Quiero dormir a tu lado”, yo sorprendido, y sin demostrarlo a la vez, accedí a su petición, emocionado por dentro y con las hormonas revoloteantes y la bilirrubina en el cielo, aparente un sosiego controlado, el cual según yo, hizo entrar en confianza a mi amante.
    Yo que tuve, hasta ese tiempo, muchos años de onanista a tiempo completo, me sentí por fin frente a las puertas del cielo y sin pedirlo. Me sentí como Cristóbal Colón cuando en su viaje a las indias se topó por casualidad con América “Vine buscando cobre y encontré Oro…”
    Aquel día había llegado, me puse mi mejor ropa interior, la cual siempre me compraba mi madre, y me las regalaba en las navidades, debido a que somos de una condición humilde y no le alcanza para un regalo caro. Es tan buena y obsequiosa que le vence el amor por sus hijos y nunca nos hace faltar sus regalos aunque sean medias de algodón o calzoncillos siempre amarillos para la buena suerte.
    Me puse mi mejor vestido, y mis infaltables zapatillas, las únicas que tenía y que alguien alguna vez me dijo que me caracterizaban, unas converse negras. No recuerdo muy bien donde nos encontramos, lo que si recuerdo, fue que la lleve a un parador, el cual, a mis posibilidades, era el mejor que pude conseguir, me esforcé, ya que era mi enamorada y se merecía lo mejor. Desde un inicio de nuestra salida me indico que solo quería dormir a mi lado, sin llegar a copular, lo cual, con mis artimañas de zorro experimentado, pensaba dejar sin efecto, desanudarlas como un experimentado náutico desatando un nudo de barco.
    Llegamos a nuestro habitáculo, el cual se veía asepsioso y adecentado. Comenzamos las caricias y las carantoñas, tenía un olor delicioso como a maná. Con astucia pensé en desvestirla y hacerle el amor, sin embargo había olvidado una herramienta para este tipo de casos, la profilaxis, me dijo que no haría nada, al menos no sin profilaxis, estire mi brazo hacia el teléfono blanco de la habitación el cual se encontraba al lado de la cama, me contesto el cuartelero, al cual le indique mi ausencia de protección y le solicite preservativos, sin embargo el encargado de los servicios me indico que estaba carente de este “necesario globito”. Con todo el dolor de mi corazón y de mi pequeño a compañero tuvimos que abortar nuestra misión, tuve únicamente que masturbarme al lado de la cama y expectorar mi simiente contra la pared.
    Esa noche la bese tanto y le hice tantas caricias que yo sentí que hicimos el amor, dormimos juntos como ella lo había planeado desde un inicio, supe que era lo correcto, supe que no todo el tiempo hacer el amor es tener sexo, sino que también se demuestra amor con estos pequeños detalles.
    Aquella vez por primera vez hice el amor.

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  2. Harold

    Todos o casi todos hemos debutado en burdeles como los descritos. Con la diferencia que han sido vivencias reales y que si las escribiriamos no saldrían tan fantásticas aunque lo fueran como lo hace el amigo Baylito.

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  3. Oscar

    Buen día Jaime tal vez no es el medio pero no encuentro otro, estas dando opinión sobre Bolsonaro y constantemente sobre maburro y toda la política de la región y me parece excelente pero te has olvidado de Perú?, No veo opinión sobre lo que está pasando en nuestra querida Patria con la sarta de corruptos que están tratando de encerrar nuestros valientes jueces y fiscales y no escucho una sola opinión de tu parte que sería magnífico la dieras ya que eres un líder de opinión y que constantemente está opinando de política o tu corazoncito FUJIMORISTA no te permite?, no olvides que en Perú como en Brasil donde está preso Lula hay más de uno que debería estar en la cárcel por ladrones y corruptos que se creen dueños de nuestra Patria. Te esperamos, saludos.

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  4. Jimmy Barclays

    Toda la primera parte es casi un calco de aquella narración en la cual tu padre y sus amigos te llevaron a debutar. Parte predecible y prescindible… pero de buena onda eh que siempre te leo!!! Abrazo!

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  5. Margarita Garcia

    Baylito: Como se te ocurre escribir solo boludeces cada semana, sino escribes como te montas a tu señora, escribes como te montaron ti, fanfarroneas de cuanta guita tienes, como vas a hoteles caros, cuan millonarios son en tu familiares auto ultimo modelo. Tus programas de television , la mayoría del tiempo son para atacar a Maduro, antes a Chavez etc. Ahora estarás muy feliz de que Sudamerica se esta tornándote ultra derechista, ya caerán también en adorado Peru y estarás mas feliz todavía. Pienso que tienes una mente interesante pero no le sacas provecho, usas la parte «cloaca» de ella, es tiempo que uses la otra parte de ella y escribas algo interesante alguna vez.

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  6. Aurea Gil

    Querido Amigo
    Vaya forma de expresar esa necesidad intrinca de necesitar amor. Pero no ese amor el que la gente cree, sino el que se guarda dentro.
    Vaya forma de decirlo me encanta tu estilo.

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comentarios

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